Te tomas unos días de descanso, tratas de desconectar del día a día, de la rutina y de aquellas preocupaciones diarias que siempre te persiguen. Buscas aislarte en esos libros que hace meses dejaste pendientes y que, teóricamente, ahora te permitirán evadirte un poco mejor. Pero es imposible; en este mundo globalizado eso empieza a ser ciencia ficción y siempre consultarás una red social, siempre escucharás una noticia mientras tomas un café en algún bar perdido.

Y la realidad global está ahí, en forma de eléctricas que siguen llenando sus bolsillos a costa de vaciar los tuyos; fundamentalismos religiosos y políticos que no se quedan solo en Afganistán, expulsiones de menores que el poder disfraza tras ridículos juegos de palabras del tipo “no expulsamos, hacemos retorno asistido”; o la arena de la playa que quema cada día más en un calentamiento del planeta sin fin, pese a las buenas palabras de gobernantes y empresas “verdes”. Y a pesar de ello, mantienes el espíritu vacacional y sigues contando los días que te restan para la vuelta.

Al fin, regresas de aquel que siempre consideras como merecido descanso y las noticias esporádicas están agazapadas para, nueva imagen recurrente, darnos un baño de realidad.

Así, la complicidad con, o la inoperancia de, ante el atraco de las eléctricas encuentras que es mayor de lo que quisiste imaginar. Nos cuentan que solo repercutirá unos pocos euros en la factura, nos dicen que explicar la factura es muy difícil y que los vaivenes delos mercados mundiales es una ciencia incomprensible para el común de los mortales; o sea para el populacho que pagamos religiosamente. Nos dicen que ya están tomando medidas desde hace meses, aunque nuestra factura sigue subiendo desde hace años; nos dicen que la culpa la tiene alguien asiático que compra mucho gas y que, por eso, este invierno mucha gente aquí tendrá que volver a pasarlo bajo una manta pues no podrá hacer uso de la calefacción eléctrica.

Nos dicen, nos dicen, nos dicen, pero no nos dicen la verdad. Y esta tiene que ver con que muchos de los que nos gobernaron han ido ocupando puestos (no de trabajo) en los consejos de administración de las cuatro grandes eléctricas. Esas mismas que ahora se vuelven verdes, y por las que más de uno de los que ahora están en la élite política espera pasar por los mismos sillones y, por lo tanto, hay que cuidarlas. Por eso tampoco nos dicen que hay muchas hipotecas (favores) pendientes con los señores (subrayamos lo de señores) de esas empresas, que son muy poderosos y que mejor no meterse con ellos no vaya a ser que se enfaden y… nos corten la luz.

Por otra parte, la vuelta de las vacaciones certifica algunas dudas que te asaltaban cuando te empezaron a llegar las noticias de Afganistán. Está muy bien sacar de allí a todo el que se quiera ir (no será así, pero bueno), pero intuyes que las noticias se centran demasiado en si los aviones salen del aeropuerto de Kabul, como si este punto fuera el centro del mundo. Pero… ¿y el resto de la capital? ¿y el resto del país?, No comment. Y qué fue de aquella democracia y libertad que la famosa “comunidad internacional” fue hace veinte años a implantar en ese país asiático. Vaya, vaya; pensábamos mientras tomábamos el café en alguna terraza veraniega que algo no cuadraba y ahora lo certificamos. La primera potencia del mundo y el viejo continente, cunas ambas de la democracia, los derechos humanos y las buenas intenciones, se gastan miles de millones de dólares, matan y mueren en un país pedregoso, se comprometen con los derechos de las mujeres y, tras veinte años, nada de nada. Oiga que no podemos con unas tribus semisalvajes (así nos pintaron a los afganos) y nos vamos corriendo con nuestra alta tecnología, nuestras buenas intenciones y nuestra democracia y libertad. Y… ¿para eso fueron? ¿responsables del fracaso? Todos silban y miran para otro lado disimulando el ridículo espantoso de la “comunidad internacional”, mientras afganos y afganas vuelven a estar bajo el régimen fundamentalista, igual que hace veinte años.

Y así podríamos seguir desgranando, diseccionando algunas reflexiones más profundas, ahora que la vuelta del placentero descanso nos ha cargado las pilas y tenemos las neuronas más ágiles frente al engaño y la tontería (las justas, por favor). Se ha dicho ya, pero siempre es necesario subrayarlo. La hipocresía empieza a ser no la madre de la ignorancia, sino el elemento rector de muchos gobiernos. Así, como en los juegos de magia cuando te hacen poner la vista en una mano, mientras el truco se realiza con la otra, aquí se despliega una encomiable y compleja carrera contra el reloj talibán para sacar a todo el que se pueda de Afganistán, mientras por la otra puerta se quiere dar la patada a cientos de menores para enviarles de regreso Marruecos que, todo el mundo sabe, es una monarquía modelo de democracia y respeto a los derechos humanos propios y foráneos (saharauis).

Y dejamos para el final el redoble que nos ha perseguido durante los últimos meses. El tantas veces repetido “no dejar a nadie atrás”. Podríamos aplicarlo a quienes se va a dejar en Afganistán, a quienes se expulsa al otro lado del estrecho de Gibraltar o a quienes no pueden pagar la factura eléctrica. Pero el compendio máximo de este eslogan hipócrita es posible que resida en lo que tiene que ver con la tercera dosis de la vacuna contra el Covid-19. Así, se va pasando del no dejar a nadie atrás al “nosotros los primeros y los demás que se j…” Vacunamos a nuestra población, que para eso somos de los países ricos, aunque en los países empobrecidos la vacuna aún no alcanza al 2% de la población. Y esto pese a que casi todos los estudios científicos nos dicen que la inmunidad al dichoso virus no se alcanzará hasta que el rebaño no esté vacunado en su mayoría, y el rebaño, por muy aborregados que a veces estemos en los países ricos, se constituye por todo el planeta. Por eso mismo, mientras la vacunación no avance uniformemente por este mundo, es muy posible que vayamos aumentando la colección de variantes con virus, que harán que las nuevas olas no sean esta vez marinas, sino con nuevas cifras de muertes, saturaciones hospitalarias, enfados sociales, etc. Pero, así conseguiremos que las farmacéuticas, cual empresas eléctricas, sigan contentas, no se enfaden y, por lo tanto, no nos corten la luz (entiéndase la metáfora).