Recurrentemente en los últimos años se ha escrito mucho sobre la pretendida sociedad de la información en la que vivimos. La extensión hacia los últimos rincones del planeta de internet y las redes sociales nos han llevado a esa percepción. La prensa tradicional escrita, radial o televisiva, aquella que en las últimas décadas nos proveía de la información necesaria para saber qué ocurría en nuestro mundo inmediato y en el más lejano, parece que se aboca a su desaparición o, en el mejor de los casos a su radical transformación. La modernidad informativa nos lleva a nuevas cotas donde ya no hace falta esperar a la mañana para comprar el periódico, o a los noticieros horarios para, bien en radio bien en televisión, tener cumplida información de los hechos más relevantes de la jornada. Ahora en cualquier momento podemos acceder a la prensa digital y a una multitud aplastante de datos sobre lo que ocurre en el mundo o sobre el más inimaginable abanico de temas relevantes o irrelevantes.
Por eso se afirma que vivimos en la sociedad de la información aunque, y a pesar de lo extraño que pueda parecer, quizás podamos convenir también que esa es una afirmación que contiene una paradoja evidente, pues tal cúmulo de información nos desinforma. Para sostener esta idea hay dos razones inmediatas que nos llevan a ello. De una parte, la gran abundancia de información que, en simple apariencia, nos asegura que la sociedad está necesariamente informada; de otra parte, la manipulación y concentración de la información que limita brutalmente las fuentes posibles que nos acercan esa información en términos de cierta objetividad y diversidad de puntos de vista. Sigue leyendo