Durante los días 4 y 5 de marzo de 2010 en Guatemala, un Tribunal de Conciencia rompió el silencio y sacó a la luz la verdad de las mujeres sobrevivientes de violencia sexual durante el conflicto armado. 14 años después del conflicto armado.

Este Tribunal de Conciencia contra la Violencia Sexual hacia las Mujeres durante el Conflicto Armado se celebró en Ciudad de Guatemala y fue promovido por organizaciones feministas, de Derechos Humanos y víctimas directas. El Tribunal duró dos días y reunió alrededor de 800 personas, siete mujeres mayas sobrevivientes de violencia sexual cometida durante el conflicto armado (1960-1996) dieron su testimonio. Un octavo testimonio apuntó a la continuidad de esta violencia, que persiste en el marco de los desalojos de tierras ejecutados por el Estado contra comunidades indígenas.

El Tribunal constató que durante el conflicto armado la violencia sexual no fue un hecho aislado, sino que formó parte de la política contrainsurgente del Estado dirigida principalmente contra la población maya.

Fueron necesarios muchos años de acompañamiento y trabajo para conseguir este hito histórico, gracias al cual, varias de las mujeres presentaron en 2011 la primera querella penal por hechos de violencia sexual cometidos durante conflicto armado, un proceso que culminaría en 2016 con el juicio y la sentencia condenatoria en el conocido como Caso Sepur Zarco.

Actualmente, para el caso del franquismo, la organización Women’s Link Worldwide consiguió que la jueza argentina María Servini ampliara la causa e investigara los delitos cometidos contra seis mujeres por el hecho de serlo. Todavía debemos esperar para conocer esta verdad judicial, que ya organizaciones han documentado y mujeres han denunciado.

Hoy 10 de noviembre, día de la Memoria, recordamos estos hechos. Estos son ejemplos de los innumerables casos, que nos hacen ver, cómo las historias, vivencias, anhelos que viven grupos minorizados no forman parte de la Historia con mayúsculas. Años después, estas voces silenciadas, ignoradas, siguen gritando en busca de justicia, a una sociedad para que las escuche y las reconozca como parte de su pasado y presente.

Señala Elizabeth Jelin que los conocimientos no son piezas sueltas que se pueden apilar o sumar, sino que sólo tienen sentido en marcos interpretativos socialmente compartidos. En esta línea de razonamiento, las demandas sociales que traen a la esfera pública determinadas versiones o narrativas del pasado tienen una doble motivación: una, la explícita, ligada a la transmisión del sentido del pasado a las nuevas generaciones. La otra, implícita, pero no por ello menos importante, responde a la urgencia de legitimar e institucionalizar el reconocimiento público de una memoria.

Y en esa urgencia de reconocer públicamente las voces de las mujeres víctimas y sobrevivientes de violencias machistas nos encontramos. Desde que hay registros oficiales en el Estado español, desde 2003, más de 1000 mujeres han sido asesinadas en el marco de una relación sexo-afectiva. No nos olvidamos de las que no están reconocidas en ese marco, de quienes no han sido asesinadas pero han vivido, o lo siguen haciendo, el continuum de la violencia. De las mujeres que han vivido otras muchas violencias que ni siquiera están aún recogidas en la ley.

Para este reconocimiento público tenemos, como sociedad, que pararnos a escuchar. A veces las voces nos llegan distorsionadas a través de medios de comunicación que revictimizan a las mujeres, las cuestionan y dan más voz al victimario. Otras voces ni siquiera están, están silenciadas.

Hoy más que nunca, cuando se empieza a negar incluso la existencia de estas violencias machistas, la memoria de las mujeres víctimas y sobrevivientes se hace imprescindible. En definitiva, es reconocer la verdad, que no tenía que haber ocurrido, así como asumir la responsabilidad como sociedad e instituciones por lo que no se ha hecho. Para que no vuelva a suceder.

En los últimos años desde varias iniciativas, feministas, de barrio, de colectivos de mujeres sobrevivientes de violencias machistas, se están recogiendo estas voces, para conocer lo que han vivido, para cambiar la imagen social que existe sobre estas mujeres víctimas, y también la imagen sobre el agresor. Estas voces nos ayudan a entender una realidad, la violencia machista, que es una de las mayores vulneraciones de Derechos Humanos a nivel mundial. Nos ayudan a empatizar, a preguntarnos qué podemos hacer, a movilizarnos frente a las violencias masivamente, a no juzgar a las mujeres y culpabilizarlas por lo vivido. A rechazar cualquier acto de violencia machista que veamos. A exigir a las instituciones la defensa del derecho de las mujeres a vivir una vida libre de violencia.

Estas voces han de formar parte de nuestra memoria colectiva, deben tener un espacio también en días como hoy, conmemorativos de la Memoria. No podemos permitir que varios años después las víctimas de violencias machistas sigan gritando por justicia, sigan ignoradas en el relato social. Debemos hacer procesos de recuperación y documentación de su memoria y que sea parte de nuestra memoria colectiva. Para no tener que preguntarnos entonces si podíamos haber hecho algo para acabar con la violencia machista que sigue matando mujeres, niñas y niños en nuestras sociedades. Ensanchemos la rendija y que las voces se conviertan en gritos que no podamos ignorar.

 

Por las que fueron, somos y serán.