En los últimos años una palabra que se nos ha hecho demasiado familiar es el término precariedad. Posiblemente es una de esas que se nos vino de lleno con la crisis. Una palabra que hoy tememos y odiamos porque sabemos que si nos roza es la antesala posible de una vida llena de dificultades para llegar a fin de mes, para cubrir nuestras necesidad básicas, en suma, quizás para abocarnos a una existencia empobrecida, de pura y dura sobrevivencia día a día.

Pero, analicemos un poco ese término maldito. Si buscamos sinónimos nos encontraremos con palabras tales como brevedad o fragilidad, y si acudimos al diccionario comprobaremos que alude a situaciones como la “falta de estabilidad, seguridad o duración”, también a la “falta de recursos y medios económicos suficientes”. Posiblemente definiciones nada alejadas de lo que pudiéramos suponer a priori, pero que si delimitan claramente en qué situaciones nos movemos. A partir de esto, y es sintomático, encontraremos que el uso de este término casi se podría dividir en función del lugar que ocupemos en la escala social. Así, las élites políticas y económicas tenderán a hablar más de cuestiones como la precariedad tecnológica, la macroeconómica, de los medios, etc. Sin embargo, las grandes mayorías sociales, aquellas más golpeadas por la crisis, hablaremos más de precariedad laboral, emocional, de salud, o de la educación. De esta forma, las minorías enriquecidas tienden a hablar de las posibles precariedades en el ajuste del sistema; por el contrario, las mayorías hablaremos de la precariedad de la vida a la que cada día ese sistema expulsa a más y más personas, agravada aún más en el caso de las mujeres por las violencias machistas. Sentiremos esa falta de recursos necesarios para la vida en nosotros y nosotras mismas o a nuestro alrededor.

De esta forma, podemos afirmar que la precariedad, en estas sociedades neoliberales que hoy se nos imponen, es una de las características para definirlas y, además, preocupación esencial para millones de personas en el mundo. Por que esto se da por igual, ya hablemos de la crisis en Europa, de la guerra en Oriente Próximo o del empobrecimiento brutal en África a cargo de las transnacionales en su afán de explotación y búsqueda del máximo de beneficios al precio que sea. Así, el sistema neoliberal convierte la lucha por la vida en un objetivo del que solo se salvan con tranquilidad absoluta esos pocos de miles enriquecidos a costa de los demás. Ricos, precisamente por la miseria y precariedad a la que se condena a las mayorías, ya sea en los países africanos obligando a su población a huir de sus territorios, ya sea vendiendo armamento y alimentando guerras en cualquier parte del planeta, ya sea en nuestros países con un brutal empeoramiento de las condiciones laborales.

Alguien podrá pensar que esto es una exageración. Pero, recomendamos apagar un rato la televisión y dar un paseo consciente, aunque no necesariamente real, por otros continentes, por otros pueblos, por otras calles, más allá de las habituales a las que, precisamente, la televisión y demás medios de comunicación tratan de condenarnos. Comprobaremos que no hay tal exageración y el hecho de abrir los ojos nos permitirá abrir la conciencia para comprobar esas realidades. Se nos dice que salimos ya de la crisis, que se genera empleo, que los índices económicos remontan y que la prima de riesgo está controlada; pero solo vemos empresas, bancos y élites que aumentan sus beneficios. Mientras, esas mayorías sociales que antes citábamos siguen albergando en su seno a millones de personas en paro, y otros millones con contratos insultantes y condiciones de trabajo que no permiten llegar a fin de mes. Asistimos así, a la recuperación de una condición de vida que creíamos haber superado definitivamente hace décadas y que era característica de los primeros tiempos del capitalismo, la de aquellas masas de población que pese a tener un trabajo, el nivel de explotación y condiciones que sufrían en el mismo no les permitía salir de la pobreza.

Pero, en estos tiempos de corrupciones generalizadas en la clase política y económica tradicional, de prevaricaciones, cohechos y tráficos de influencias en esos más altos estamentos sociales e institucionales, vale la pena también preguntarse dónde está la dignidad. Todo nos indica que este es un valor, una cualidad, en desuso, especialmente cuando tratan de justificar su corrupción pretendiendo convencernos de que ésta es un mal de toda la sociedad, de que también los demás somos corruptos. Pero, hay que seguir afirmando rotundamente que la dignidad está donde siempre estuvo, en el lado de las grandes mayorías sociales, en el lado de las personas que pese a todo día a día tratan de sobrevivir en este sistema injusto. Cada día con más precariedad, con más recortes de derechos básicos pero, manteniendo siempre la dignidad en una carrera de fondo que imponemos al sistema por la resistencia al mismo, por no querer aceptar como normal esta situación de injusticias continuas.

Precisamente, y valga como simple pero digno ejemplo, en estas semanas hemos sabido de una iniciativa de trabajadores y trabajadoras, secundada por decenas de organizaciones sociales, que realizan la denominada “Correscales”, carrera de relevos que une Bilbao con Barcelona, Euskal Herria con Catalunya. Y todo ello en una mezcla de agradecimiento a la población por la solidaridad recibida meses atrás durante la huelga que protagonizaron en defensa de mejores condiciones laborales y un querer mantener en vigor la necesidad de continuar las múltiples luchas (sindicales, sociales, feministas…) para transformar esta sociedad. Dicha actividad tiene como lema “un trayecto de dignidad contra la precariedad”. De alguna forma, esta sencilla frase refunde lo comentado en las líneas anteriores, desde el concepto de precariedad, la lucha contra la misma y la dignidad como valor determinantes en estas luchas por la vida a las que el sistema nos aboca cada día.

Parémonos entonces un momento (para luego volver a levantarnos, claro), pensemos un poco en ese lema. Entenderemos que recoge la esencia de la lucha contra todo tipo de precariedad que nos imponen las élites económicas y políticas. Y que ese trayecto, ya lo hagamos entre Bilbo y Barcelona, en Palestina o en Colombia, es una necesidad del ser humano y ésta debe siempre ir envuelta en la dignidad que estas luchas suponen. Por que se persigue construir sociedad más justas, más equitativas para todos y todas.

Así, el fracaso del sistema capitalista se puede nuevamente constatar no solo en el hecho de que aumenta vertiginosamente la brecha de la desigualdad entre unos pocos enriquecidos y las grandes mayorías. También, dicho fracaso, se refleja en que en el lado de la brecha en que se encuentran esas mayorías, el aumento de la precariedad  en las condiciones de vida es una constante innegable hoy. Luego, este sistema injusto está entrando también en su precariedad, en su fragilidad, en la falta de estabilidad, para proveer a las personas y pueblos de lo necesario para la vida. Y éste es su fracaso.

Jesus González Pazos

Miembro de Mugarik Gabe

2016/02/15