De tal manera que sería mejor un lema así

“los derechos humanos no lo son sin los derechos de las mujeres”

Todo esto me recuerda el trabajo de cooperación que llevamos a cabo durante muchos años en Mugarik Gabe. Años donde hemos ido definiendo aspectos del desarrollo que debíamos tener en cuenta para que fuese un buen desarrollo y para hacer una buena cooperación. Una cooperación en la que hemos luchado y seguimos haciéndolo, para conseguir un desarrollo humano, equitativo entre hombres y mujeres, y sostenible para futuras generaciones. Pero el desarrollo equitativo entre hombres y mujeres, hemos aprendido que no se logra sin, primeramente, una apuesta firme por el empoderamiento de las mujeres.

Cuando hablamos de un trabajo con hombres y mujeres por igual, estamos partiendo de un estado irreal e ideal de sociedad y de condiciones en las que vive cada uno y cada una. Pongamos un ejemplo: el mejor trabajo que puede realizar un médico con una persona enferma es curarla. Está muy bien el trabajo de acompañamiento a la familia dentro del hospital, pero no es lo prioritario ni lo urgente. Las condiciones de la persona enferma no son iguales a las de su familia. La familia, es cierto que lo pasa mal, pero no es comparable con el problema que lleva a alguien a ingresarle en urgencias.

La carta de derechos humanos creada por hombres y occidentales, esta elaborada en base a unos ideales de “como debería ser el mundo”. Esta visión podría llevarnos a querer luchar por el reconocimiento de todos los derechos de todas las personas, y efectivamente es una apuesta política a la que deberíamos sumarnos todas las personas. Pero cuando quieres cambiar el mundo, necesitas de una apuesta estratégica, tienes que elegir. Y cuando eliges, algo dejas en segundo plano. Para transformar el mundo primero debes mirar y ver cómo está, para poder actuar sobre él de la mejor manera posible. Es en ese momento cuando ves las desigualdades que hay y sobre quien recaen de una forma más indigna. Los ideales nos pueden jugar una mala pasada a la hora de actuar, de encarar y de priorizar el trabajo sobre aquellas personas a las que no les son reconocidos sus derechos como tal.

Sabemos que el cambio pasa por realizar un trabajo de transverslizar el género en todo lo que hacemos. Sin embargo, cuando hablamos del trabajo de “género” en cooperación o en ámbitos sociales, y  hablamos de poner nuestros esfuerzos con los hombres al igual que con las mujeres, erramos. Nuestro fallo será intentar, como médico, atender por igual a la persona enferma y a la familia.

Allá donde miremos y veamos a hombres discriminados y con falta de derechos, veremos, si queremos mirar, a mujeres en peores condiciones que los hombres. Ya sea en temas de violencia, en temas de empoderamiento, de un desarrollo de capacidades y desarrollo humano, las personas que más lo necesitan son las mujeres, no en base a sus necesidades materiales sino en base a que sean reconocidos sus derechos y a que la carta de derechos humanos sea real en su totalidad. Por eso somos conscientes de que no existe un desarrollo humano si no hay un empoderamiento y un desarrollo de las mujeres. Y los derechos humanos no existen, sin los derechos de las mujeres. Aún falta mucho.