De hacerlo así, no sólo cuidaríamos nuestra salud y nuestro entorno sino que evitaríamos la implantación de cultivos extensivos en otros países que se han quedado sin producción de subsistencia para responder a la demanda del mercado global, conduciéndoles a la pobreza y el hambre.
Tenemos un gran problema de renovación generacional en el campo, así como de reproducción de los roles tradicionales de género en el mismo (titularidad masculina, trabajo domestico y de cuidados invisibilizado …). Con más ayudas a la gente joven se podría facilitar el relevo y reducir el número de personas desempleadas. Estas personas campesinas jóvenes podrían así ir dando pasos hacia una mayor equidad de género.
Está más que demostrado que la diversificación en la producción es un seguro en muchos sentidos, amplía y asegura la lista nutricional, y mantiene la estabilidad en los precios. Para llevar esto a cabo será imprescindible el tener acceso y dominio público del agua (año dedicado a ella) defendiendo cualquier intento de privatización. También debería modificarse la política de subvenciones al sector, que actualmente favorece mucho a la agroindustria y muy poco a producciones agrícolas pequeñas, que además de producir de manera diversificada y menos contaminante, generan más empleo digno. Asimismo, es fundamental preservar la variedad de semillas autóctonas que se están perdiendo en favor de las semillas comerciales y que están en manos de unas pocas transnacionales agroalimentarias. Estas últimas reducen la biodiversidad y la riqueza productiva y gastronómica de los pueblos homogeneizando el consumo.
La industria agroalimentaria debemos contralarla en su búsqueda de beneficios a toda costa. Ya nos ha dado unos cuantos sustos para nuestra salud y los controles de verificación no parecen cumplir su objetivo, por lo que deberán ser aún más rigurosos. Sus márgenes de beneficio asustan, llegando a tener unas diferencias de precio del 800% de la producción a la venta final.
La relación entre la persona que produce y la que consume se ha roto, debemos recuperarla y disfrutarla a través de canales cortos de comercialización como mercados locales, grupos de cestas de consumo y otras alternativas como las huertas urbanas. Cada día son más las personas «urbanitas» que se animan a tener un mayor contacto con la tierra y producir sus alimentos.
Diseñar alternativas para lograr la soberanía alimentaria en Euskadi, cuidando el agua, las semillas, la tierra y el aire, mediante la producción agroecológica, facilitando tierras y reivindicando el campo como un bien común, serían los mayores aportes que el I+D+I podría realizar.